sábado, 12 de febrero de 2011

"LA FERIA DE SIMOCA" oleo de Alfredo Gramajo Gutierrez (Simoqueño 1893/1961) ANALISIS DE LA OBRA

ARTE PARA TODOS  
La feria de Simoca (detalle) / Cómo ver la obra

En esta tela, el costumbrismo sabe hacerle lugar al optimismo de los colores vibrantes y a la belleza criolla de nuestro Noroeste.

LA NACION Domingo 26 de octubre de 2003
Publicado en edición impresa
"Yo no pinto, documento", nos decía en sus clases de la Escuela de Bellas Artes. En ese momento no entendíamos sus cuadros. Eramos porteños, jóvenes y muy pedantes. Por otra parte, la enseñanza de las artes plásticas ignoraba América; sólo tenía ojos para Europa. Por eso este tucumano en extremo silencioso era en la escuela una curiosidad. Recorría las hileras de tableros mirándonos dibujar al carbón. Su silencio era pesado. Al término de la clase se detenía frente a cada dibujo. Yo había sudado carbonilla durante dos o tres horas. Su veredicto era siempre el mismo. Con voz cansina me decía: "Y bueno, déjelo como cosa".
Gramajo Gutiérrez es un pintor profundamente original. Podríamos decir que es un primitivo por su mirada pura, alejada de toda retórica. Hizo de su torpeza su mayor virtud, como Lacámera o Cunsolo.
Sus cuadros, resueltos en un mosaico de colores exaltados -donde el claroscuro sería delito-, son visiones del paisaje y la gente del Norte. En el caso de La feria de Simoca, cuadro tapizado de personajes en casi toda la superficie (salvo en la delgada franja superior), el artista trabajó una planimetría de vitral. Abajo se encuentra el primer plano; arriba, lo lejano.
Todo está, a pesar de la descripción, amorosamente indiferenciado, recorrido por la misma sustancia. Cada representación es una excusa para que el color vibre. Paisaje, personajes y animales componen una misma canción. En la tierra áspera aparece la terrible trampa de la pobreza acompañada, no obstante, por el empecinamiento hacia la alegría.
La superficie ondula en una plástica agitación. Los bermellones y los verdes son estallidos; más en sordina, azules, naranjas y amarillos hacen coro. Luego, los colores neutros.
Sutiles diagonales que nacen a la izquierda se transforman en verticales hacia la derecha, sosteniendo las ondulaciones. Las curvas netas de las sombrillas riman en la parte inferior con otras curvas: la panza del burrito, los ruedos de las faldas, la faja del personaje de la derecha y, más arriba, el poncho rojo. Se destacan los bellísimos blancos resueltos con toques de tonos opuestos.
Cuando lo necesita, el autor explica los distintos materiales y adorna con su textura la superficie del color: lunares, rayas, trenzas, flores, hojas.
La multitud es indiferenciada: seres anónimos, pueblo. Sólo se destaca el hombre de la izquierda que se acoda en la montura del burrito. Parece decirnos: Esto somos.
Gramajo Gutiérrez nombró para siempre nuestro norte. Su pintura, de una dramaticidad contenida, no apela nunca al sentimentalismo ni a una transcripción fácil de lo folclórico.
Por Juan Carlos Distéfano
Coordinación: alicia de arteaga - aarteaga@lanacion.com.ar
El autor es escultor. En 1998, el Museo Nacional de Bellas Artes realizó una gran retrospectiva de su obra.
Datos útiles Año: 1937
Técnica: óleo sobre tabla
Medidas: 80 cm x 100 cm
Dónde encontrarlo: Museo Nacional de Bellas Artes de La Boca, Benito Quinquela Martín, Avda. Pedro de Mendoza 1835; 4301-1080
Alfredo Gramajo Gutiérrez (1893-1961) pintor costumbrista, creador de Un velorio de angelito y Retablo de Jesús. Leopoldo Lugones le dedicó un elogioso artículo en La Nacion del 27 de mayo de 1920.

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