domingo, 13 de febrero de 2011

LA FERIA DE SIMOCA en Pagina 12 por JULIAN VARSAVSKY


Domingo, 22 de junio de 2008
TUCUMAN > UN MERCADO COLONIAL

La feria de Simoca

En el histórico mercado, cuyo origen se remonta al tiempo de la colonia, se venden desde fustas y monturas confeccionadas in situ hasta motos por catálogo. Un caótico mundo impregnado de olores, colores y sabores, con centenares de sulkis por los alrededores.
 En la feria de Simoca históricamente se han vendido productos de y para el campo.
 Por Julián Varsavsky

–¿Estas hamacas son como las paraguayas?
–Sí, igualitas
–Ah, entonces son hamacas paraguayas...
–No, son tucumanas porque las hago yo.
El mercado del pueblo de Simoca –53 kilómetros al sudeste de San Miguel de Tucumán– es quizás el más antiguo del país. Su origen se remonta al tiempo de la colonia, cuando en el siglo XVII en ese mismo lugar había no sólo una posta de caballos, sino también una feria semanal donde se comerciaba con trueque (método que en algunos casos se usa todavía entre amigos). Es así que este mercado a cielo abierto funciona todos los sábados desde hace varios siglos. Y gran parte de las personas que vienen a hacer las compras para la semana llegan en coloridos sulkis que a veces suman más de un centenar.
En la feria de Simoca históricamente se han vendido productos de y para el campo –y así sigue ocurriendo–, aunque con los años se ha ampliado mucho la oferta: desde monturas, fustas, estribos y botas de cuero hasta ponchos, alpargatas, cintos, mates y cigarros en chala a un peso el manojo. En otros puestos –entremezclados sin ningún orden muy coherente–, se venden comestibles, entre ellos, toda clase de cortes de chancho –incluyendo la cabeza entera, que se exhibe sobre una mesa–, y especias como orégano, comino y azafrán. Además hay variedad de verduras que van desde zapallos gigantes de más de siete kilos hasta ajíes, pimentones, repollos y frutas.
Los puestos de talabartería, alimentos y ponchos ocupan en general una especie de corredor central que, con excepciones, parece reservado a la feria más autóctona y artesanal. A su derecha están los quinchos con restaurancitos al paso y a la izquierda hay un segundo corredor donde están los puestos del “nuevo” mercado, con precarios techos de lona plástica. A este sector del mercado se lo conoce como “feria boliviana”, una denominación que no necesariamente tiene connotaciones despectivas. En estos puestos –no muy aceptados por los antiguos puesteros, más tradicionalistas–, se vende literalmente de todo: bombachas, estuches para celulares, barriletes, ungüentos curalotodo, pelotas y toda clase de juguetes y baratijas de plástico fabricadas por trabajadores semi esclavos en el oriente asiático, y que aquí los comercializa un paisano tranquilo con sombrero de paño y casi los mismos ojos rasgados que esos hombres que están en la otra punta de la cadena y también del planeta.
Coloridos olores en los puestos de especias. La oferta de productos se ha diversificado mucho en los últimos años.
A la feria no se viene solamente a comprar sino también a almorzar y a pasar la tarde del sábado en una suerte de evento social bastante animado. Allí se entremezclan el humo de las parrillas, el olor a bosta de caballo, el aroma de las especias acumuladas en montañitas cónicas, y músicas diversas que van del cuarteto cordobés a una zamba tucumana.
En Simoca uno puede cometer la ingenuidad de venir a ver una feria pura. Y por supuesto se defraudará. Sin embargo, la de Simoca es una feria auténtica con pocos turistas, donde se viene a comprar mercancías de utilidad práctica antes que adornos o souvenires. Por eso sigue cambiando y ofrece lo que la gente necesita en el día a día, aunque eso implique perder algunos rasgos de “autenticidad”. Si fuese sólo para turistas vendería solamente lo que al turista le gusta encontrar –”lo auténtico”–, cuando en verdad la feria en ese caso hubiese perdido la auténtica esencia de toda feria.
No solamente cambia la feria sino también los medios de llegar a ella. Los sulkis están lejos todavía de desaparecer, pero actualmente el número de motos estacionadas supera levemente a esos hermosos carruajes livianos de un solo caballo, los únicos que pueden transitar sin problema las embarradas calles de tierra del pueblo en días de lluvia.
A dos cuadras del mercado hay todavía un herrero que fabrica sulkis, quien vive más de la reparación que de los pocos que hace por encargo, en general para el exterior (por ejemplo, Australia). Un sulki cuesta alrededor de siete mil pesos, así que los jóvenes optan por alternativas más practicas y económicas como las motos. Andar en sulki es considerado cosa de viejos. Y en verdad lo es, porque quienes los manejan son por lo general gente mayor que superan a veces los 80 años. Es el caso de don Prudencio, 86 años, cliente de la feria desde hace al menos 80 años, a quien no le gustan las fotos ni conversar mucho con extraños.
Muy de vez en cuando, en la feria ocurren todavía las “reyertas gauchas”, que estallan en los bares aledaños por los excesos de vino. Muchas décadas atrás la feria era famosa por sus cuchilleros. Y hoy, cuando suceden esos enfrentamientos, también son a cuchillo. Por lo general la gente no se mete ni la policía tampoco, y dejan que los contrincantes salden sus cuentas, aunque las peleas ya no son a muerte. Vale aclararlo, por las dudas, que la feria es un lugar muy seguro.
Los cuchillos, y de los muy grandes y afilados, son una herramienta permanente de trabajo en la feria. Sirven para cortar una torta, abrir un sábalo en canal, separar la cabeza de un cerdo, dividir en dos un zapallo de un solo golpe, o pelar una manzana.
El olor del mercado también es un caos donde se entremezclan la bosta, el choripán, el pollo asado, las especias, el cuero y la verdura fresca. Como todo mercado en el mundo, el de Simoca es un reflejo fiel de la complejidad cultural de un país. Allí conviven una gitana enropada con una larga tela y un niño en brazos, dos negros de Senegal ofreciendo pulseras y anillos doradísimos, rubias teñidas, rubias de verdad, un joven bajo una sombrilla que vende motos por catálogo, una petisa culigrande y cincuentona con calzas rojas, campera roja, anteojos negros, botas brillosas hasta la rodilla, tacos aguja y rasgos autóctonos en el rostro. Y por un costado de la feria pasa un tren. En ese pequeño y caótico microuniverso, de dos mil a cuatro mil personas comen y compran todos los sábados, desde hace más o menos 300 años.

RECUERDO A JORGE PRELORAN QUIEN NOS INMORTALIZÓ CON "FERIA EN SIMOCA"




Martes, 31 de marzo de 2009
espectaculos
CINE › EL ADIOS AL DIRECTOR JORGE PRELORAN

La mirada del cineasta solitario

Especialista en el documental antropológico, llegó a rodar más de medio centenar de films, siempre al margen del circuito tradicional.

 Por Luciano Monteagudo
Por varias razones, el caso de Jorge Prelorán –fallecido el sábado por la noche en su casa de Culver City, Los Angeles, Estados Unidos, a los 75 años– fue único en el cine nacional. Una fue su quehacer continuado fuera de las estructuras económicas tradicionales. Otra su especialización en el documental antropológico, una disciplina muy poco transitada no sólo en nuestro país sino también en el exterior. Una tercera resulta de sus profundos conocimientos del folklore, que lo impulsaron a llevar a cabo, en la década del ’60, un exhaustivo relevamiento cultural del país cuyo protagonista fue el hombre argentino del interior profundo.
Director, camarógrafo, sonidista y compaginador de casi todas las películas que realizó, Prelorán llegó a rodar más de medio centenar de films, la mayoría documentales de cortometraje. En 1981, fue candidato al Oscar por su largo documental Luther Metke at 94, sobre un leñador estadounidense que a esa edad continuaba trabajando como si fuera el primer día. Cineasta solitario, acostumbrado a valerse por sí mismo, los protagonistas de Prelorán también fueron, en general, hombres solos, en contacto con el trabajo manual y la naturaleza.
Como ha señalado Graciela Taquini, estudiosa de su obra, Prelorán “jamás hizo cine publicitario y nunca permitió que sus documentales se exhibieran pagando entrada. Puso su vida y su energía en empresas difíciles, no redituables, que implicaban traslados, viajes, fuera del lujo y el jet set. Siempre en contacto con sus protagonistas o sus familias, ayudándolos, sintiéndose responsable hasta la obsesión”.
Hijo de madre estadounidense y padre argentino, Prelorán –nacido en Buenos Aires el 28 de mayo de 1933– siguió Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, pero en 1955, sin haber concluido la carrera, decidió cambiar el tablero de dibujo por una filmadora 16mm y se inscribió en la University of California, Los Angeles (generalmente conocida como UCLA), una institución a la que estuvo ligado durante toda su vida, primero como estudiante y luego, durante muchos años, como docente. Allí se recibió de Bachelor en Cine, en 1961, y comenzó a realizar sus primeras experiencias, con una rápida inclinación hacia el documental.
Un primer encargo de un filántropo neoyorquino entusiasmado con las culturas de América del Sur lo devolvió a la Argentina, donde realizó una serie de films sobre la figura exótica del gaucho. Los resultados le parecieron insuficientes y se propuso no sólo profundizar en el tema sino también cambiar la forma. Los documentales de esos años tendían a utilizar un intolerable tono didáctico y un narrador omnisciente, un locutor que explicaba el mundo a través de la voz en off. Esta convención fue la primera que intentó abolir Prelorán, en la convicción de que eran él y sus espectadores quienes tenían que escuchar la voz de aquellos que exponía delante de su cámara.
“La filosofía que sustenta mi cine es dar voz a la gente que no la tiene y acceso al medio de comunicación más sofisticado a gente que nunca podrá acceder siquiera a la radio”, afirmaba Prelorán. “Darles el micrófono y las visuales para que se expresen como quieran y me digan a mí, y por lo tanto al público, lo que quieran decir.” Empezó a llevar a cabo este proyecto a partir de 1965, cuando obtuvo un contrato del Fondo Nacional de las Artes y la Universidad Nacional de Tucumán para hacer un relevamiento cinematográfico de expresiones folklóricas argentinas. El trabajo se hizo bajo el asesoramiento del especialista en folklore Augusto Raúl Cortazar, quien había visto las películas de los gauchos y concibió el plan general, inspirado en el calendario de festividades autóctonas confeccionado por Félix Coluccio. En el asesoramiento musical se sumó Leda Valladares y otros folklorólogos, como Agustín Chazarreta y Luis Olivares, quienes también aportaron sus conocimientos.
De esta cantera surgieron los films más perdurables y recordados de Prelorán, aquellos que dieron a conocer en Buenos Aires no sólo a un cineasta fuera de norma sino también unas realidades que eran casi desconocidas en la Capital fuera del ámbito estrictamente académico. A los cortometrajes Máximo Rojas, monturero criollo, Trapiches caseros, Casabindo, Feria en Simoca, El Tinkunako (todas en 1965), Viernes Santo en Yavi, Purmamarca, Chucalezna, Araucanos de Ruca Choroy (1966), Un tejedor de Tilcara y La feria de Yavi (1967), Prelorán sumó los largos Hermógenes Cayo (1969), Valle Fértil (1966-1972) y Cochengo Miranda (1975).
Entre esos años, Prelorán recorrió –en jeep, con los menores recursos, parando en escuelas rurales– todo el país, desde La Quiaca a Tierra del Fuego. “Los primeros viajes fueron al noroeste argentino, zona de influencia de la Universidad de Tucumán”, recuerda Taquini. “Silenciosamente, se fueron cubriendo diversos aspectos de la cultura tradicional, convirtiendo esa zona en una de las más filmadas del mundo con propósitos antropológicos.”
En Quilino (1966), rodado en uno de los parajes más pobres de Córdoba, y en Ocurrido en Hualfín (1967), sobre un coplero ciego de Catamarca, colaboró con Prelorán el cineasta Raymundo Gleyzer (el autor de Los traidores, desaparecido por la dictadura militar en 1976), lo que derivó en films más polémicos e ideologizados. Más cercanos en el tiempo son Mi tía Nora (1982), su primer largometraje de ficción, filmado en Ecuador; el largo documental Zulay frente al siglo XXI (1989), el corto Luther Metke at 94 (1984), que fue candidato al Oscar, y la serie para televisión Patagonia en busca de su remoto pasado (1992).
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sábado, 12 de febrero de 2011

LECHUZAS Y BUHOS ¿AVES DE MAL AGÜERO?

 SUPERSTICIONES / ANÁLISIS
 LECHUZAS Y BÚHOS ¿AVES DE MAL AGÜERO
 Una lechuza ululó en un árbol próximo agregando su sonido inquietante al    pavoroso esplendor.
La Obra de Miguel Ángel Jimenez expuesta en la Casa de la Cultura de Simoca.


El silencioso y fantasmagórico vuelo de la lechuza común, alimentado por su siniestro canto, constituye una de las razones por las que este ave nocturna ha sugerido muchos mitos y supersticiones. Las lechuzas son las aves más fácilmente identificables, poseen dos grandes ojos situados en un rostro redondeado que parece casi humano. Esta es, sin duda, la razón de que la mente humana le haya concedido un papel tan importante y poderoso; pues ¿quién no ha leído relatos acerca de lechuzas que se transformaban en hombres y tenían un poder sobrenatural?

El nombre de ulula (lechuza) deriva del griego obolydsein, es decir, del llanto y el gemido, y es que cuando canta, lo recuerda justamente. De aquí que se dice entre los agoreros que, dejar de oír su lamento, es signo de tristeza, y cuando guarda silencio es señal de prosperidad. San Isidoro en las Etimologías comenta sobre el búho que es un ave lúgubre, muy recargada de plumas y perezosa, que se la ve de día y de noche merodeando por los cementerios y habita en las cavernas. Este pecado capital aparece en una miniatura del siglo XIV, de la Biblioteca Nacional de París. En opinión de los augures es un ave portadora de calamidades y dicen que su presencia en una ciudad presagia desolación.

Las lechuzas y los búhos están mejor documentados en el folklore, leyendas y relatos históricos que otras especies. Se le atribuyeron características asociadas a la muerte y al desastre, aunque también se las suponía dotadas de sabiduría y se utilizaban en la medicina popular y en la magia.

LA SENDA DE LA SUPERSTICIÓN

El búho y la lechuza hacen acto de presencia en los libros sagrados, generalmente en escenas de ruina y desolación. Así, en el pasaje de Isaías 34, 11 leemos: "Será morada de pelícanos y erizos, mansión de cuervos y lechuzas", y en los Salmos 102, 7 dice: "Me parezco al pelícano del desierto, soy como la lechuza de las ruinas”. Además de su inclusión como animales impuros según las prescripciones que dio Dios a Moisés no podían comerse, constituyendo desde antiguo las aves por antonomasia de agüeros siniestros. Los bestiarios insisten en la suciedad del búho basándose en una cita del Deut. 14:15; la preferencia de este animal por la obscuridad es interpretada como un rechazo de Cristo. Guillaume Le Clerc explica que la lechuza representa a los judíos traidores y malditos, que no quisieron creer los consejos de Dios. También la asocia con el Príncipe de las Tinieblas. Contrariamente, en el Bestiario de Oxford, en sentido místico, este ave representa a Cristo, a quien le gusta la noche y las tinieblas, porque no quiere la muerte del pecador, sino su conversión y su vida.

En el sistema jeroglífico egipcio, la lechuza simboliza la muerte, la noche, el frío y la pasividad. También concierne al reino del sol muerto, es decir, del sol bajo el horizonte, cuando atraviesa el lago o el mar de las tinieblas. Cierta afinidad con este simbolismo hallamos en Cantabria, pues por el resplandor fosfórico en sus ojos es el pájaro de los muertos y se le considera ave de mal agüero, nuncio, aldabazo postrero de la muerte que va cerrando con un arco iris palidísimo nuestras vidas.

En la China, el búho anuncia calamidades, probablemente a causa de sus grandes ojos de demonio y a partir de la fábula según la cual los búhos jóvenes no aprenden a volar, hasta que les han sacado despiadadamente los ojos a sus progenitores. En cambio, durante la dinastía Shang, este ave tuvo un significado primitivo, puesto que muchas vasijas de bronce ostentan su figura y fue emblema de Huang-ti, el emperador amarillo, el gran fundador.

En la cultura preazteca del antiguo México (Teotihuacán), la lechuza estaba consagrada al dios de la lluvia, pero entre los aztecas simboliza una criatura demoníaca nocturna y un mal presagio. En varios códices se la representa como el guardián de la casa oscura de la tierra. Asociado a las fuerzas clónicas, es también un avalar de la noche, de la lluvia de las tempestades. Este simbolismo lo asocia a la vez con la muerte y las fuerzas de lo inconsciente, que gobiernan las aguas, la vegetación y el crecimiento. Esta ambivalencia interpretativa queda ilustrada con el siguiente refrán "Lo que para uno no es su lechuza, es para otro su ruiseñor”.

En el material funerario de las tumbas de la civilización preincaica Chimú (Perú), se encuentra la representación de un cuchillo de sacrificio en forma de media luna, coronado con la imagen de una divinidad medio humana medio animal en forma de lechuza. Este símbolo que está manifiestamente ligado a la idea de la muerte o sacrificio, está ornado de collares de perlas y de conchas marinas, el pecho está pintado de rojo y la divinidad así representada está a menudo flanqueada por dos perros. Esta lechuza sostiene a menudo un cuchillo de sacrificio en una mano y en la otra el vaso destinado a recoger la sangre de la víctima.

Los Señores del Inframundo maya encargaron a las lechuzas cuidar un campo con árboles floridos para que no robaran sus flores los Gemelos. Las lechuzas no fueron y enviaron a las hormigas arrieras, quienes no sólo hurtaron las flores, sino también cortaron con sus mandíbulas las alas y las colas a las lechuzas sin que se dieran cuenta. Como castigo, los señores del inframundo rasgaron la boca a las lechuzas y por esta razón la tienen hendida.

El canto del búho era considerado de muy mal agüero, ya estuviera sobre la casa o en un árbol cercano, era aviso de enfermedad y muerte, de aniquilación de la casa y de la familia que en ella habitaba. Entre los náhuas la lechuza, al igual que el búho, era ave de mal agüero y mensajera de Mictlantecuhtli Señor del Inframundo. Cuando se le oía chillar significaba que alguien había de morir o enfermar, especialmente si lo hacía dos o tres veces sobre el techo de la casa. Si además rascaba la tierra, era aún más temible el augurio y para escapar a la mala fortuna que pronosticaba, los hombres proferían obscenidades e injuriaban al animal, el cual era la sexta acompañante de los señores de los días y concretamente de Yaotequihua, el dios guerrero de los muertos.

Su mala reputación y sus gritos agudos no hacen de estas aves buenos motivos de inspiración. Salvo la lechuza que exhala algunos "chiu, chiu” en el Contrepoint des animaux de A. Banchieri y el búho, disfraz bajo el cual Júpiter se aparece a la reina de las ranas en Platée de Rameau, las rapaces están casi ausentes en las partituras.

En la leyenda del Pájaro malo, los habitantes de las charcas dicen que esta ave anuncia la muerte de cualquier individuo, cantando sobre el techo de la casa del que va a morir. Tiene aspecto horrible, rara vez sale a la población y vive en el campo escondida entre las hojas de los árboles más hermosos.

En la cultura popular argentina, en la región de Mailín (Santiago de Estero), el Cachirú es una divinidad maligna y se la representa con la forma descomunal de un lechuzón de poderosas garras y agudo pico. Su plumaje es gris obscuro, sus ojos, enormes y fosforescentes, brillan en la sombra. Esta luz y sus gritos agoreros son las únicas señales que anuncian su vuelo silencioso. Se dice que puede alzar a un hombre por los aires o desgarrar su cuerpo en un santiamén, pero prefiere arrebatarle el alma en la hora de su muerte, para convertirla en un fantasma terrible.

Ferrer de Valdecebro comenta sobre el búho que infunde tristeza, no sólo su canto, sino su vista y su vuelo, pero que tiene un corazón valiente y animoso porque suele acometer a los perros, a las zorras y a las liebres. Ve en lo más obscuro y tenebroso de la noche y vuela con ligero y presto vuelo y de día no ve porque es muy sutil y delgado el humor que favorece y da fuerzas a la vista, como refiere Aristóteles. También cuenta que fue un ave de mal agüero y por eso las gentes supersticiosas y engañadas lastimosamente por el demonio podían tenerle por agüero infausto. Después de formularse varias preguntas respecto a algunas supersticiones concluye que es materia de gravísimo escrúpulo que entre los católicos se admitan, reparen y crean estas necias supersticiones, porque no sólo las creen sino que las autorizan. Dice que algunos escritores le siguen de día por la hermosura de sus ojos, que viven enamorados de algunos pajarillos, porque como los tiene tan cristalinos y claros se ven en ellos como en un espejo y por eso se le acercan tanto.

En cuanto a la lechuza, el mismo autor señala que es tan perseguida por las demás aves, como el búho. Realiza una ferviente defensa diciendo que es hermosa en el cuerpo, en los ojos y en la pluma. Se alimenta de ratones y no aceite como dice el vulgo que la bebe sino que le ofende la luz y al apagar las lámparas derrama el aceite con el movimiento.

Desde Plinio, todos los autores han destacado que a esta ave se la ve de día y de noche merodear por los cementerios y siempre mora en las cuevas. Se introduce en las iglesias para beberse aceite de las lámparas al mismo tiempo que arroja sus excrementos. Por esta afición a estos lugares siniestros se la relacionó con los malos agüeros y vista de día era señal de un cruel y maligno presagio, como cuenta San Isidoro en sus Etimologías.

Las narraciones mitológicas no dieron tregua en realzar su inquina hacia ella y afirmaban que las lechuzas atormentaban en los infiernos con sus graznidos a los gigantes que osaron requerir de amores a Hera y Artemis. Ovidio en la Metamorfosis fue sumamente injusto con respecto al búho, al que asoció con la tragedia humana, por ser "infausto mensajero de las desgracias futuras y presagio funesto para los mortales". Le llamó ave execrable y en la carta de Deyanira a Hércules, pájaro letal.

Angelo Policiano en una prosopopeya que hace sobre el búho se queja de que le tengan por ave de mal agüero, sin razón ninguna; si a ninguno hace daño, si sirve para que cacen las demás aves, se pregunta por qué el vulgo novelero le hace agorero horroroso a sus fatalidades y finaliza diciendo que cada uno se fabrica su suerte y ventura.

Grimal siguiendo con la tradición señala que vive en lugares desiertos, parajes inaccesibles y su canto es un largo gemido, parecido al que exhalan las plañideras mientras se consume el cadáver en la hoguera.

Los prisioneros griegos y romanos, y los desertores eran marcados con un hierro candente o tatuados y los dibujos representaban entre otros animales a la lechuza. Los infelices así desfigurados procuraban cubrir con sus cabellos su frente estigmatizada, pero sus terribles amos les hacían afeitar la cabeza.

La imagen de la bruja nocturna, de la mujer que se transforma por la noche en ave de rapiña, que vuela emitiendo gritos espantosos, que entra en las casas para devorar a los niños, está en el origen del mito demonológico. Esta leyenda se remonta a la antigüedad, a la literatura romana y a la mitología germánica. Laborde en su libro Les Brouches sobre las brujas refiere un sistema de defensa: "Lechuza, yo te salo la cabeza y el culo, que todo el mal que tu traigas quede contigo".

Ovidio, en sus Fastos también la relaciona con la brujería. Cuenta que en los tiempos antiguos de Roma, se creía que las lechuzas se transformaban en brujas y que entraban por las ventanas de la guardería mientras que los niños pequeños estaban durmiendo, chupaban su sangre cuando estaban en sus cunas. Con tan mala reputación no sorprende la costumbre de clavarlas vivas en las puertas de las casas romanas para alejar el mal que supuestamente habían causado. El escritor africano, Apuleyo le explica a un personaje que estas aves de la noche cuando pasan por alguna casa procuran cogerlas y que las clavan en las puertas para que el mal agüero que con su desventurado volar amenazan a los moradores, lo paguen ellas. Según la creencia popular, la lechuza es un ave desgraciada compañera de las brujas como el mochuelo y se las clavaba sobre las puertas de las granjas para paralizar al diablo, del cual se decía que tomaba a menudo su forma.

En Cantabria, las metamorfosis reversibles y recíprocas de la lechuza y de la bruja tuvieron amplia notoriedad, hasta el extremo de que ambas fueron las pesadillas de los aldeanos más crédulos. Así, cuando se cogía una lechuza se la degollaba enterrándola a varios palmos de profundidad echando piedras gruesas encima. Esta práctica, halla fundamento, en que dicha rapaz era para el vulgo una bruja en disposición de comenzar a hacer daño y antes de que esto sucediera la declaraban maldita y la eliminaban en un santiamén.

En el cuarto libro de Virgilio, La Eneida, el canto de un búho es fatal:

Sobre su techo un búho solitario
con su funesto canto se quejaba,
y su largo quejido se rompía en el lloro.

y en el duodécimo menciona a la lechuza en el pasaje anterior al final de Eneas y Turno. En este momento Juturna oye que se presagia un lamento, el batir de las alas y desesperadamente pronuncia:

Reconozco el batir de las alas,
sonido temeroso.

Según el mismo autor, fue un búho encaramado en lo alto de una casa en Cartago, quien predijo la deserción, desolación y muerte de Dido. Se dijo que también había predicho la muerte de César.

Los romanos purificaban la ciudad con agua y azufre cuando un búho o un lobo intentaban entrar en el templo de Júpiter o dentro del Capitolio. Según Silius Italicus, la derrota de Cannes les fue pronosticada por el búho; este hecho también es mencionado por Ovidio en el décimo libro de su Metamorfosis. En su quinto libro narra que Ascalafos, transformado por Ceres en un búho, es condenado a predecir siniestros presagios porque había acusado a Perséfone de haber comido una granada en secreto contra la prohibición.

Fausto agorero lo fue en Tartaria y así lo venera el gran Kan porque consiguieron ilustres victorias sus antecesores favorecidos por los agüeros de los búhos. A Herodes le pronosticó el reino un agorero llamado Germano, estando atado a un árbol preso por Tiberio César en Roma, porque vio a un búho que estaba en el árbol mismo sobre la cabeza de Herodes y así sucedió.

Un pasaje bíblico (Isaías 13, 21) se abre con una profecía de carácter apocalíptico contra Babilonia, una de las naciones enemigas de Israel, en un oráculo revelado al profeta que dice: "Las fieras del desierto vagarán por allí, los búhos llenarán sus casas, habitarán las avestruces y brincarán los sátiros”.

Cuando Herodes Agripa entró en el anfiteatro de Cesárea, vestido con un manto real tejido de plata, antes de dar la señal para que sonaran las trompetas un búho había caído en la arena cegado por el sol, se posó en su trono, cruzó cinco veces y alzó el vuelo. El búho fue un mal presagio para Herodes que empezó a sufrir dolores lacerantes y cinco días después había muerto aquejado de terribles dolores. De nuevo, cuando el ejército romano estaba a punto de luchar en Carrea en las llanuras del Tigris y el Eufrates en lo que es ahora la parte suroriental de Turquía una lechuza apareció en las líneas de los soldados y les advirtió de que iban a sufrir uno de los mayores reveses infligidos al impero romano, la muerte y mutilación de Craso, la aniquilación del ejército romano y la pérdida de las águilas romanas.

Una selección de las referencias más antiguas sobre lechuzas y búhos en la literatura nos dice que estas aves eran consideradas con cierto recelo. En muchos aspectos, no es demasiado difícil apreciar por qué este pájaro había adquirido una reputación tan siniestra. La razón principal es quizá por ser un pájaro de la noche y de la obscuridad, y de ahí su asociación con la muerte y lo mágico. Otro factor es el grito de la lechuza, pues durante el día se había visto tal llamada con incertidumbre, pero normalmente se oía en el crepúsculo o durante la noche, lo que podría considerarse como horripilante y siniestro.

El comediógrafo griego Menandro se hace eco de este hecho con la siguiente alusión al ave nocturna: "Si oímos el canto de la lechuza, bien haremos en temer algo".

El Bestiario Valdense toma los lloros y gemidos del búho como signo de dolor ante la muerte y lo pone como modelo del cristiano, que debe lamentarse de la muerte espiritual, pero no de la corporal.

En una tragedia de Eurípides una lechuza indica al vidente Poliido la tinaja de miel, en la que yace muerto Glauco, al que resucita.

El poeta inglés Chaucer (Siglo XIV) en The legend of good women contiene una de las referencias más antiguas sobre la lechuza:

La lechuza por la noche impide hablar anuncia dolor y desgracia.
Otra imagen de la obra del artista Miguel Angel Jimenez.


Hay numerosas referencias de poetas en los siglos XVI y XVII entre los que debe citarse a Shakespeare en Macbeht cuando su malvado grito susurra al oído de Lady Macbeth y cuando el asesino sale corriendo exclamando he realizado la hazaña, no oíste un ruido, ella responde: "Oía la lechuza gritar”. En la misma obra describe a las brujas haciendo una hórrida mezcla en la gran caldera, para obtener la virtud de presagios siniestros; éstas pusieron entre otros ingredientes maléficos la pata de lagarto y el ala del mochuelo. La aparición de la lechuza al nacer como presagio de mala suerte lo menciona dicho autor en El rey Enrique VI cuando se dirige a un personaje. En El sueño de una noche de verano también se hace alusión al mal augurio. De nuevo, cuando Ricardo III está desesperado por las malas noticias interrumpe el tercer mensajero:

Fuera de aquí lechuzas ¡Nada, excepto canciones de muerte!

Iriarte, en la fábula "La lechuza (XXID)”, de forma alegórica, censura a los críticos que se ensañan con los autores desaparecidos. En ella el crítico es como una lechuza que no se atreve a chupar el aceite de la lámpara cuando está encendida y espera a que se apague, es decir, a que muera el autor que iluminaba con su ingenio. La creencia de que este rapaz se introducía por la noche en las iglesias disfrazada con un pañuelo y plumas de cuervo e iba a conversar con las ánimas de los difuntos, acusándola de beber el aceite de las lámparas de los cubículos de los humilladeros, se explica porque al ser atraída por la luz de alguna claraboya o ventana buscando las polillas revoloteaba sobre las antiguas lámparas de aceite; la picaresca añade que fueron los sacristanes quienes la propalaron. Quevedo en El Buscón se hace eco de dicha creencia: "Cuando el ermitaño dijo que llevaba el aceite de las lámparas, y el soldado dijo: yo pensé ser su lechuza". Testimonio de tan desatinado achaque son los dichos siguientes:

La lechuza aceitosa y la sacristana se tapan con la misma campana.

Donde hay coruja aceitona hay sacristana ladrona.

Torres Villarroel en Los desahuciados del mundo y de la gloria (Cama III) dice a propósito de un personaje: "Metióse a comisionista, lechuzo y sacamantecas...”. Con este apelativo describía al encargado de apremiar y embargar a los contribuyentes.

En la lámina de los Caprichos, Goya dibuja a un hombre y a una mujer atados entre sí al tronco de un árbol, haciendo esfuerzos desesperados por librarse uno del otro, por encima de sus cabezas un enorme búho, que lleva gafas, las alas extendidas y unas enormes garras se agarra con una al tronco del árbol y con la otra al pelo de la mujer (Fig. 1). Según Feuchtwanger, con toda probabilidad esta rapaz representaba a la iglesia y a sus leyes, que velaba sobre la sagrada indisolubilidad del matrimonio.

Amades recoge algunos relatos que tratan de dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Cómo fue creada la lechuza? ¿Por qué la lechuza es el más feo de los pájaros? ¿Cómo la lechuza enseña a los sastres el arte del corte? Al primer interrogante un mendigo socorre a Jesús y le promete conceder todo lo que desea: riqueza, felicidad, y poder. No satisfecho desea tener más poder que él y como castigo a su ambición sin límite convierte a su mujer y a sus hijos en lechuzas. En el segundo Dios encargó a un petirrojo llevar el fuego del cielo sobre la tierra y como no conocía las propiedades del fuego al aproximar sus plumas se quemó. Dios pidió a todos los pájaros dar una de sus plumas al pobre petirrojo. Todos los pájaros obedecieron, excepto la lechuza, que se hizo la sorda y Dios le condenó a ser el más feo de los pájaros. Por último un rey quería celebrar sus nupcias y llamó a los siete sastres más hábiles y les encargó un hábito. Tras siete días y siete noches no sabían cómo hacerlo. Cuando los pájaros vieron los esfuerzos desesperados, fueron en tumulto a ayudarles y una lechuza les indicó cómo se hacía.

En la imaginación de los campesinos asturianos reviven fantasmas, seres misteriosos y otras representaciones de lo desconocido; así en las sombras de la noche vuelan las brujas montadas en sus escobas, bate sus alas el páxaru negru de la muerte con un rumor tenue con el del último suspiro. En los presagios lúgubres domina el color negro o los melancólicos tintes del crepúsculo de la tarde como los gritos de la lechuza, siempre la luz presagia la dicha y la sombra anuncia el dolor.

Los indios de América tuvieron preocupaciones semejantes a los de los pueblos europeos respecto al canto del búho y la lechuza, siendo su aparición señal de que alguno había de morir en ella pronto. La lechuza es un animal fatídico que anuncia la muerte. Llamada urucurea por los guaraníes habita en la cueva de la Vizcaya, cuadrúpedo de quien dice el vulgo que las noches de luna tiene sus danzas. En nuestro país además de considerarlas encarnaciones y símbolos de las almas perversas, si se le oye durante un parto vaticinan la muerte del recién nacido.

En el cuento de La lechuza de García Saíz el fantástico graznido de esta ave inspira ciertas supersticiones. Es un bicho de mal agüero. Un personaje, Marcelina, pronuncia solemnemente tres veces, para quebrar el mal: ¡Cruz diablo!

Muchas fuentes poéticas aluden a una supuesta característica de la lechuza: su sabiduría. Tal atributo es bastante contrario a lo comentado anteriormente y en el emblema XIX, Alciato presenta a la lechuza, ave más prudente que parlera como símbolo de Atenea, diosa de la sabiduría. Aparece en el escudo de Atenas y figuraba en sus monedas. Le tuvieron tanta veneración los atenienses que no había templo, palacio, calle, plaza, ni esquina donde no estuviese la estatua o retratada y la pintaban también en sus banderas. En la fábula esópica de situación “La lechuza y los pájaros" es considerada como un ave inteligente y por ello estaba consagrada a Atenea. Eliano en su Historia de los animales afirma que es un ave muy astuta y parecida a las brujas, porque cuando es cazada, caza a su vez a su amo hipnotizándolo y durante el día atonta a los pájaros cambiando el aspecto de su cara. Fue celebrada entre los romanos también y la hicieron símbolo del consejo y la prudencia. El emperador Diocleciano puso en circulación una moneda con una lechuza en la cara y en el reverso las letras S. C. (Fig. 2). Aunque no es seguro por qué se debe atribuir a esta ave la sabiduría, se han propuesto dos explicaciones. La primera es por su poder de ver con claridad en las tinieblas. La iconografía cristiana moderna, basándose en los Bestiarios y en relación con esta característica, la considera como imagen del pueblo judío, ya que es un pájaro de la noche que prefiere las tinieblas a la luz, como los judíos prefirieron el error al Evangelio. En la mitología y folklore es frecuente que se asocie con la luna, pues este animal discierne en la noche, como el pálido ojo del astro. La segunda es que su supuesta sabiduría es un rasgo antropomórfico, es decir, tiene la apariencia de parecer sabia. También entre el vulgo está extendida la idea de que las personas con conocimientos científicos en cuanto adquieren cierto dominio de la ciencia, suelen parecerse a las lechuzas. Cuando expulsan por la boca una muestra de erudición es necesario hacer una fatigosa selección para comprender su origen e importancia. Por razón similar se pensó que la lechuza podía ser un ave solemne. En muchas fábulas aparece como un animal amigo que advierte a las aves, sus compañeras, de los peligros que las acechan. Su aire concentrado, algo ausente, la convierte en imagen del ser reflexivo y prudente.

Cabrera refiere una leyenda etiológica según la cual el poeta Plácido, para vengarse del fiscal que lo sentenció a muerte, cuando agonizaba, se le presentó en forma de lechuza. El fiscal gritaba que una lechuza, que era Plácido, volaba en torno suyo. El poeta le había advertido: yo no tendré remordimiento a la hora de la muerte, porque muero inocente. Usted sí y yo vendré a perseguirlo en forma de lechuza.

El indio tupí de las llanuras amazónicas reverencia a las lechuzas porque ellas devoran las cobras solapadas y funestas que se deslizan por los plantíos inyectando la muerte con su colmillo hueco. Este culto recuerda al que el ibis recibía de los egipcios ceremoniales y devotos, pues era un defensor tenaz de los labradores contra el riesgo de las ponzoñosas víboras que invadían los campos como consecuencia de las inundaciones por las crecidas del Nilo.

En el noveno libro de Historia de los animales, Aristóteles cuenta que la lechuza es enemiga de la corneja y come sus huevos durante la noche, y la corneja hace lo mismo durante el día, porque sabe que tiene una débil visión. En el Ramayana, el búho rivaliza con el buitre, quien había usurpado su nido, ambos apelaron entonces a Rama como juez y éste les pregunta desde cuándo les pertenece lo que tan acaloradamente reclaman. El búho venció en la competición, pues dijo que el nido era suyo desde que existían los árboles, mientras que el buitre había señalado que le pertenecía desde que los hombres habitaban la tierra.

En el Calila e Dymna hay dos pasajes en los que el cuervo ataca al búho tachándolo de falso y engañoso. En el capítulo VI un cuento ejemplifica los peligros que se corren por no identificar a tiempo la auténtica condición del prójimo. El error de los búhos fue dejarse llevar por la aparente humildad del cuervo espía que se había infiltrado en sus filas.

Según un mito clásico, la hija de Nycteo de Lesbos se había enamorado de su propio padre. Refería que la joven se acostó con él mientras dormía. El padre, enterado de tamaña debilidad, quiso matarla, pero Atenea compadecida de la infeliz doncella, la transformó en lechuza, ave que evita la luz que descubrió su crimen. Ovidio tiene que ratificar la misma idea y como enseñanza moralizante nos viene a decir que ese es el destino de los que cometen crímenes tan horrendos.

Proverbios y folklore recogidos por Bon y col. (1992) proporcionan un punto de vista interesante y valioso acerca de las ideas populares sobre la lechuza. Marie Trevelyan en Folk-lore and stories of Wales dice: "El vuelo de una lechuza por el sendero de una persona se considera funesto” y según The folk-lore of Suffolk de E. Gordon, el grito del paso del vuelo de la lechuza por la ventana de una sala de enfermos significa que la muerte está próxima. Siguiendo la misma idea algunos consideraron desafortunado mirar en el interior del nido. Así se cuenta que una persona temeraria se aventuró y como consecuencia llegó a estar melancólico.

El ruido siseante de la lechuza anuncia buen tiempo y día radiante; pero si el tiempo es bueno y sisea suavemente se desencadenará necesariamente una tempestad y su grito predecía las tormentas de granizo. En la paremiología popular mantiene su vigencia el añejo refrán meteorológico: "Si la lechuza por la tarde canta, prevén la manta”.

Hay también varias leyendas acerca del linaje de la lechuza. Dafydd de Guylim, el poeta idílico de Gales (Siglo XIV) narra en verso una antigua tradición sobre la lechuza en su poema The owl’s pedigree. Consiste en un diálogo entre el ave y el poeta, durante el cual la lechuza explica que era hija de un jefe que fue convertida en lechuza por Gwydion en un acto de venganza. Shakespeare alude al linaje de la lechuza en Hamlet, cuando Ofelia exclama: "La lechuza fue hija de un panadero".

Filostrato, en La vida de Apolonio, comenta que cuando se come un huevo de lechuza, uno toma aversión al vino antes de haberlo probado. Swan, en su Speculum mundi, recomendó que los huevos de las lechuzas se rompieran y se pusieran en los vasos de un borracho o del que deseara seguir bebiendo. Los huevos tendrían así el efecto repulsivo sobre la bebida y evitaría el hábito. Ferrer de Valdecebro añade además que no beberá agua en vasija que haya tenido vino y que el mismo efecto hacen los huevos de búho. En la creencia popular se recomiendan los huesos de lechuza contra la embriaguez y tales prácticas pueden tener origen en la leyenda de la enemistad que los griegos creían que existía entre la lechuza y Dioniso, el dios de la vid y el vino. Se menciona otra referencia en el libro titulado The long hidden friend comentado por E. A. Armtrong que dice: "Si colocas el corazón y la pata derecha de la lechuza sobre alguien que está dormido te contestará a cualquier cosa que le preguntes y te contará lo que ha hecho”. San Alberto Magno, que recoge la información de Plinio, dice que el corazón de la lechuza colocado sobre el pecho izquierdo de una mujer dormida permitirá descubrir sus secretos. En el Libro de las utilidades recoge una variante que es sobre el corazón de la mujer que mientras esté durmiendo delirará, contando lo que ha hecho y cuando se le quita murmurará. Entre otras recetas milagrosas cita: aplicar la vesícula de búho, mezclada con cenizas de tamarindo, miel y agua de malva, y administrarla a quien se orine en la cama para remediar su mal y mezclar su sangre con aceite y untando la cabeza elimina a las liendres y a los piojos. Si se unta caliente sobre el que tenga parálisis bucal, repara su dolencia.

En el norte de Yorkshire se prescribió caldo de lechuza para prevenir la tosferina, aunque en este caso se utilizó la lechuza marrón, y en Orkneys y Shetlands las ancianas solían decir que una vaca daría leche sangrienta si fuera asustada por una lechuza y si fuera tocada que enfermaría y moriría. Horacio, Ovidio y Shakespeare aluden al uso de lechuzas en pociones mágicas.

En la esfera de las representaciones simbólicas, la lechuza sigue teniendo un gran papel en la heráldica que se usa para expresar poderes, virtudes y cualidades individuales o familiares. Aparece en los escudos de armas de tres ciudades del norte de Inglaterra: Leeds, Dewbury y Oldham y en el escudo de algunas escuelas, por lo que se deduce obviamente que es un símbolo de sabiduría y aprendizaje. Es bien sabido que ya desde la antigüedad, los egipcios dibujaban cabezas de animales sobre cuerpos de hombres, aunque no con la intención satírica que experimenta la obra gráfica de Grandville, quien refleja el aburguesamiento de los animales-hombres y la bestialización de la vida diaria, siendo evidente su preocupación social y moral (Fig. 3). El cuerpo de la lechuza en combinación con la postura humana se utiliza como una crítica aparentemente oculta, aunque inteligible para todo el mundo, de acontecimientos contemporáneos y abusos sociales.

Como cada vez resulta más difícil vender bienes de consumo, sigue siendo la imagen de los animales un buen señuelo para cazar la codiciada pieza que es el dinero y buena prueba de ello es que para vender libros utilizamos representaciones de búhos a los que consideramos seres reflexivos y a quienes atribuimos gran inteligencia.

El temor escalofriante y supersticioso sobre estas criaturas es infundado, pero aunque pasen los siglos, como una manta tendida sobre el olvido de las generaciones, estas rapaces nocturnas pervivirán en el folklore, cultura y creencias de infinidad de pueblos.

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"LA FERIA DE SIMOCA" oleo de Alfredo Gramajo Gutierrez (Simoqueño 1893/1961) ANALISIS DE LA OBRA

ARTE PARA TODOS  
La feria de Simoca (detalle) / Cómo ver la obra

En esta tela, el costumbrismo sabe hacerle lugar al optimismo de los colores vibrantes y a la belleza criolla de nuestro Noroeste.

LA NACION Domingo 26 de octubre de 2003
Publicado en edición impresa
"Yo no pinto, documento", nos decía en sus clases de la Escuela de Bellas Artes. En ese momento no entendíamos sus cuadros. Eramos porteños, jóvenes y muy pedantes. Por otra parte, la enseñanza de las artes plásticas ignoraba América; sólo tenía ojos para Europa. Por eso este tucumano en extremo silencioso era en la escuela una curiosidad. Recorría las hileras de tableros mirándonos dibujar al carbón. Su silencio era pesado. Al término de la clase se detenía frente a cada dibujo. Yo había sudado carbonilla durante dos o tres horas. Su veredicto era siempre el mismo. Con voz cansina me decía: "Y bueno, déjelo como cosa".
Gramajo Gutiérrez es un pintor profundamente original. Podríamos decir que es un primitivo por su mirada pura, alejada de toda retórica. Hizo de su torpeza su mayor virtud, como Lacámera o Cunsolo.
Sus cuadros, resueltos en un mosaico de colores exaltados -donde el claroscuro sería delito-, son visiones del paisaje y la gente del Norte. En el caso de La feria de Simoca, cuadro tapizado de personajes en casi toda la superficie (salvo en la delgada franja superior), el artista trabajó una planimetría de vitral. Abajo se encuentra el primer plano; arriba, lo lejano.
Todo está, a pesar de la descripción, amorosamente indiferenciado, recorrido por la misma sustancia. Cada representación es una excusa para que el color vibre. Paisaje, personajes y animales componen una misma canción. En la tierra áspera aparece la terrible trampa de la pobreza acompañada, no obstante, por el empecinamiento hacia la alegría.
La superficie ondula en una plástica agitación. Los bermellones y los verdes son estallidos; más en sordina, azules, naranjas y amarillos hacen coro. Luego, los colores neutros.
Sutiles diagonales que nacen a la izquierda se transforman en verticales hacia la derecha, sosteniendo las ondulaciones. Las curvas netas de las sombrillas riman en la parte inferior con otras curvas: la panza del burrito, los ruedos de las faldas, la faja del personaje de la derecha y, más arriba, el poncho rojo. Se destacan los bellísimos blancos resueltos con toques de tonos opuestos.
Cuando lo necesita, el autor explica los distintos materiales y adorna con su textura la superficie del color: lunares, rayas, trenzas, flores, hojas.
La multitud es indiferenciada: seres anónimos, pueblo. Sólo se destaca el hombre de la izquierda que se acoda en la montura del burrito. Parece decirnos: Esto somos.
Gramajo Gutiérrez nombró para siempre nuestro norte. Su pintura, de una dramaticidad contenida, no apela nunca al sentimentalismo ni a una transcripción fácil de lo folclórico.
Por Juan Carlos Distéfano
Coordinación: alicia de arteaga - aarteaga@lanacion.com.ar
El autor es escultor. En 1998, el Museo Nacional de Bellas Artes realizó una gran retrospectiva de su obra.
Datos útiles Año: 1937
Técnica: óleo sobre tabla
Medidas: 80 cm x 100 cm
Dónde encontrarlo: Museo Nacional de Bellas Artes de La Boca, Benito Quinquela Martín, Avda. Pedro de Mendoza 1835; 4301-1080
Alfredo Gramajo Gutiérrez (1893-1961) pintor costumbrista, creador de Un velorio de angelito y Retablo de Jesús. Leopoldo Lugones le dedicó un elogioso artículo en La Nacion del 27 de mayo de 1920.

miércoles, 9 de febrero de 2011

TALLER DE EDICION EN VIDEO PREINSCRIPCION


 Estamos invitando desde la Dirección de Cultura a la preinscripción para un TALLER DE PUESTA DE CÁMARA Y EDICIÓN DE VÍDEO (Primer Nivel), destinado a todas las personas que quieran optimizar sus recursos y conocimientos a la hora de la toma de imagenes en movimiento y su posterior edición. Es una herramienta de suma utilidad para docentes, profesionales, estudiantes y publico en general interesado en el tema. 
Serán 8 (ocho) encuentros intensivos de teoría y practica con una jornada final de exhibición de los trabajos realizados. 
 Apunta a que el alumno aborde, aprenda, experimente el lenguaje cinematográfico y conozca sobre edición en vídeo digital en 8 clases de manera intensiva.
La propuesta del TALLER es que trabajen con los elementos que tengan, lo ideal es que posean una cámara de vídeo digital (en cualquier formato), pero a modo de aprendizaje apostando a una futura compra lo pueden hacer con una cámara digital de foto que filme y grabe con sonido, más la PC o notebook para editar los trabajos práctico.
A todos los interesados, les pedimos envíen por mensaje privado sus datos a esta dirección de Facebook, y a la brevedad estaremos respondiendo a vuestras inquietudes.

martes, 8 de febrero de 2011

LA DANZA HOMENAJEÓ A YUPANQUI EN SIMOCA

Momento de honda vibración Yupanquiana con los destacados bailarines Ricardo Contreras, Solana Juarez, Cintia Contreras y Waldo Salas.

La Primera Bailarina Cintia Contreras al momento de ser distinguida por el Sr Secretario de la Juventud a/c de Politicas Sociales Flavio Gonzalez

Los bailarines en el saludo final.

El Prof Waldo Salas, responsable del Taller Municipal de Tango, saludando al publico reunido en el VIII Tributo a Yupanqui.

El Prof Ricardo Contreras, responsable del Taller Municipal de Danza Contemporanea, en los instantes previos al descubrimiento del oleo a Yupanqui, que presidiria luego el escenario del Teatrino del agua.




Los bailarines mostrando el esplendor y la donosura de la Zamba Tucumana.